sábado, 15 de julio de 2017

Encontrar el propósito

Cuentan que en la guerra de los Balcanes un grupo de refugiados, junto con dos soldados, huía de la zona de conflicto hacia la frontera, en busca de tierras más seguras. Cuando pasaron por un pueblo totalmente arrasado, de repente una joven salió corriendo de las ruinas de una casa pidiendo ayuda.
 
Entre las ruinas permanecían escondidos un anciano que protegía un bebé de tan sólo tres meses y a un niño de ocho años. La joven, Jelena, preguntó si todos ellos podían unirse al grupo de refugiados.
 
Cuando los dos soldados vieron al anciano pensaron que les podía retrasar mucho, lo que podía ser peligroso para todos. Tras meditar sobre la situación, los soldados finalmente aceptaron que se unieran al grupo con una condición: les ayudarían con su bebé, pero tanto ella como el anciano y el niño tendrían que valerse pos sí mismos.
 
Calculaban que en cuatro días lograrían alcanzar una región segura.
 
A duras penas, el anciano mantuvo el ritmo durante los dos primeros días. Pero al tercer día su espíritu comenzó a abandonarle, empezó a pensar que ya no podía más, que no merecía la pena sufrir tanto, que ya no tenía sentido seguir luchando, hasta que al final de ese tercer día el anciano, exhausto, cayó al suelo.
 
Acudieron a ayudarle, pero su frágil espíritu lo había abandonado y su dolorido cuerpo había renunciado a seguir. Por mucho que quisieron ayudarle, él ya no estaba dispuesto a ayudarse a sí mismo. Decidió abandonar y convenció a todos para que siguieran sin él, ya que, si lo esperaban, podía ser peligroso. El anciano había decidido que ya había vivido lo suficiente. Quería que le dejaran descansar para morir en paz. Jelena hizo todo lo posible para convencerlo de que hiciera un último esfuerzo, lloró desgarradamente, le imploró con todas sus fuerzas. Pero a pesar de todos sus ruegos el anciano ya se había dado por vencido.
 
La cruel situación no era agradable para nadie; tenían que tomar una decisión, no podían cargar con él. Pero tampoco podían esperarle. El sonido de la guerra retumbaba en la lejanía. Finalmente no hubo otra opción; reiniciaron la marcha abandonando al anciano al amparo de unas frías y húmedas rocas.
 
Todos comenzaron a caminar alejándose del pobre anciano, pero de repente Jelena volvió hacia atrás con su bebé, lo puso en brazos del anciano y, con la mayor determinación imaginable, lo miró a los ojos y le dijo: "Es tu nieto, ahora es tu responsabilidad, y su vida depende de ti."
 
Jelena tragó saliva, con el corazón encogido se dio la vuelta y comenzó a caminar para alcanzar al grupo. Su padre comenzó a llamarla, pero Jelena en ningún momento miró hacia atrás, no quería darle la oportunidad de sentir lástima de sí mismo. La joven alcanzó al grupo y siguió caminando, hasta que finalmente miró atrás. Su anciano padre se había levantado y caminaba lentamente con su nieto en sus brazos, en dirección al grupo.
 
Donde tus sueños te lleven, Javier Iriondo

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