domingo, 16 de octubre de 2011

La mente y el estrés

"Para sobrevivir perdidos en las montañas o en la nieve influyen la buena preparación y cargar con un buen equipo. Pero a la hora de la verdad, lo que a menudo separa a los vivos de los muertos no es lo que llevan en la mochila, sino en la mente".

"El estrés benigno o de intensidad manejable es una respuesta hormonal vigorizante, nos mantiene concentrados, despiertos y competitivos. Además, nos ayuda a adaptarnos a los cambios y a afrontar con éxito situaciones arriesgadas. Sin embargo, el estrés maligno, desmesurado y prolongado desgasta, puede causar hipertensión, problemas de corazón, alteraciones digestivas, dolores generalizados y con el tiempo termina alterando el sistema nervioso y hormonal encargado de regular muchas funciones del cuerpo y el estado de ánimo. El estrés dañino puede llegar a ser más mortal que la misma peligrosidad de la amenza que lo produce. Más bomberos mueren de ataques de corazón y de hemorragias cerebrales en las horas posteriores al siniestro, o de suicidios como consecuencia de depresiones, que de quemaduras."

Luis Rojas Marcos, Superar la adversidad

domingo, 27 de marzo de 2011

Domingo III de Cuaresma

"El que beba del agua que yo quiera darle, nunca más volverá a tener sed" Juan 4, 5-42

Anoche leí un cuento de Jorge Bucay que viene muy bien al Evangelio de este domingo. El cuento se titula "La ciudad de los pozos", y dice así:

"Aquella ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Aquella ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes... pero pozos al fin.

Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que estaban excabados, sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior).

Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos, pozos humildes de ladrillo y madera y otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.

La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las noticias corrían rápidamente de punta a punta del poblado.

Un día, llegó a la ciudad una "moda" que seguramente habñia nacido en algún pueblecito humano.

La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se preciara debería cuidar mucho más lo interior que lo esterior. Lo importante no era lo superficial, sino el contenido.

Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente, los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos idiológicos y de revistas especializadas.

Pasó el tiempo y la mayoría de los pozos se llenaron hasta tal punto que ya no podían incorporar nada más.

Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, otros pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior...

Uno de ellos fue el primero. En lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.

No pasó mucho tiempo hasta que la idea empezó a ser imitada. Todos los pozos utilizaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior. Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas que se ensanchaban desmedidadamente. Él pensó que si seguían ensanchándose de aquella manera, pronto se confundirían los bordes de los distintos pozos y cada uno perdería su identidad...

Quizá a partir de esa idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo más profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo tenía que vaciarse de todo contenido...

Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.

Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...

Un día, algo sorprendió al pozo que crecía hacía dentro. Dentro, muy adentro y muy en el fondo... ¡encontró agua!

Nunca antes otro pozo había encontrado agua.

El pozo superó su sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo sus paredes, salpicando sus bordes y, por último, sacando el agua hacia fuera.

La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa. Así que la tierra que rodeaba al pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.

Las semillas de sus entrañas brotaron en forma de hierba, de tréboles, de flores y de tronquitos endebles que se convirtieron en árboles después...

La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo, al que empezaron a llamar "el Vergel".

Todos le preguntaban cómo había conseguido aquel milagro.

- No es ningún milagro - contestaba el Vergel -. Hay que buscar en el interior, hacia lo profundo.

Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desestimaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ser más profundos tenían que vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más, para llenarse de más y más cosas...

En la otra punta de la ciudad, otro pozo decidió correr también el riesgo de vaciarse...

Y también empezó a profundizar...

Y también llegó al agua...

Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...

- ¿Qué harás cuando se termine el agua? - le preguntaban.

- No sé lo que pasará - contestaba -. Pero, por ahora, cuanta más agua saco, más agua hay.

Pasaron unos meses antes del gran descubrimiento.

Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma, que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.

Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto.

Habían descubierto la comunicación profunda que sólo consiguen aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar..."

domingo, 20 de febrero de 2011

Estado Turiya

Del libro Come, reza, ama de Elizabeth Gilbert:

"Según dicen los yoguis, la mayoría de nosotros nos movemos siempre entre tres estados de conciencia diferentes: la vigilia, el sueño y el sueño profundo (sin ensoñaciones). Pero, además, existe un cuarto nivel. Este último es testigo de los otros tres estados y funciona a un nivel de conciencia integral que los engloba a todos. Es la conciencia en estado puro, una apreciación inteligente capaz - por ejemplo - de recordarte lo que has soñado cuando te despiertas. Tú te vas al país de los sueños, por así decirlo, pero alguien vela esos sueños mientras tú duermes. ¿Quién es ese testigo? ¿Quién se mantiene siempre fuera de nuestra mente, contemplando sus pensamientos? Un yogui diría que se trata de Dios. Y si sabes acceder a ese estado de testigo consciente, entonces puedes estar con Dios cuando quieras. Esta conciencia constante, esta apreciación de la presencia de Dios en nuestro interior, sólo sucede en el cuarto estado de la conciencia que se denomina turiya.

Sabrás si has alcanzado el nivel turiya si experimentas una felicidad constante. La persona que vive en un estado de turiya no tiene cambios de estado de ánimo ni teme al paso del tiempo ni sufre las pérdidas que experimenta en la vida. "Puro, limpio, vacío, tranquilo, reposado, desinteresado, eternamente joven, constante, eterno, nonato e independiente, vive sumido en su propia grandeza", dicen los Upanisad (los libros sagrados del hinduismo) de aquel que ha alcanzado el estado del turiya. Todos los grandes santos, gurús y profetas de la historia vivían en un constante estado de turiya. En cuanto al resto de los mortales, la mayoría lo hemos experimentado alguna vez aunque sólo sea durante unos instantes. Casi todos, aunque sólo sea durante dos minutos de nuestra vida, hemos sentido en un momento dado una sensación inexplicable de absoluta felicidad, ajena a lo que estuviéramos viviendo en el mundo exterior. Tan pronto eres el tío de siempre, viviendo la rutina diaria a trancas y barrancas como de repente, sin que cambie nada, te sientes elevado por la gracia de Dios, lleno de admiración, colmado de felicidad. Sin que exista ningún motivo aparente, todo te parece perfecto.

Obviamente, la mayoría de nosotros entramos y salimos de este estado a toda velocidad. Es casi como si alguien quisiera burlarse de ti, mostrándote una breve imagen de tu perfección interior y haciéndote volver a toda prisa a la "realidad", donde siguen tus problemas y ansiedades de siempre. Siglo tras siglo muchos han querido proplongar ese estado de felicidad perfecta valiéndose de medios externos, como las drogas, el sexo, el poder, la adrenalina y la acumulación de objetos bellos, pero no lo han conseguido. Buscamos la felicidad en todas partes, pero somos como el famoso mendigo de Tolstói, que se pasaba la vida pidiendo limosna a todos los que le pasaban por delante sin saber que estaba sentado encima de una vasija llena de oro, es decir, que tenía lo que buscaba pero sin saberlo. Todos tenemos dentro un tesoro, que es nuestra perfección. Pero para conseguirlo tienes que abandonar el ajetreo de la mente y las necesidades del ego y entrar en el silencio del corazón. El kundalini shakti, la suprema energía de lo divino, te guiará.

Por eso estamos todos aquí."