sábado, 6 de mayo de 2017

Arreglar el mundo

Un buen día dejaron a un cura el cuidado de un niño durante una tarde; era un niño revoltoso como él solo. Después de un par de horas, el cura estaba desesperado porque el niño no paraba un instante y se acercaba la hora del sermón. Como tenía que hacer algo para que estuviese entretenido, mientras hojeaba una revista se le ocurrió una gran idea: arrancó una hoja de la revista en la que aparecía un mapamundi, la hizo añicos con cuidado y entregó los papelitos al niño diciendo:

- Aquí tienes un rompecabezas, es el mapa del mundo, a ver si para cuando termine el sermón lo tienes montado.

El cura fue a cambiarse convencido de que el pequeño tendría para unas horas, si es que alguna vez llegaba a terminar el puzle. El niño miró los trozos de lo que parecía una misión imposible, "arreglar el mundo". Como los niños son curiosos, se fijó en el reverso de uno de los trozos y vio que era la cara de una persona. Entonces dio la vuelta a todos los trozos. Cogió una hoja y sobre ella comenzó a ensamblar aquel rostro desconocido. Cinco minutos más tarde, la cara estaba perfectamente montada, así que puso otra hoja encima del rostro y le dio la vuelta.

En ese momento el cura regresó ya preparado para ir a dar su sermón; tan sólo habían pasado cinco minutos cuando el niño, orgulloso, le mostró el mapamundi recompuesto. El párroco, sorprendido, no daba crédito a sus ojos y le preguntó:

- Pero ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has arreglado el mundo?

A lo que el ingenioso niño respondió:

- No, yo no he arreglado el mundo, eso era muy difícil, pero vi que detrás había una persona y cuando la persona estuvo bien, el mundo también lo estuvo.
 

Ése fue el sermón que dio el cura aquel día: "Cuando tú estás bien, el mundo está bien", cuando tú estás bien, el mundo parece estar mejor. Por eso tienes que invertir en ti, para crecer, aprender y comprender, porque cuando te sientes bien emocionalmente, te sientes fuerte, con la capacidad para pasar a la acción, te sientes más seguro ante las situaciones a las cuales has de enfrentarte y más optimista de cara al futuro.
 
Donde tus sueños te lleven, Javier Iriondo

lunes, 1 de mayo de 2017

El paraíso

Era un pueblecito pobre y pequeño en Polonia. Y era feo. Y lo que lo hacía pobre y feo eran sus habitantes, no porque fueran gentes sin dinero y sin letras, sino porque eran personas con envidia y con rencor. No eran infelices por lo que les faltaba, sino por lo que tenían en exceso. El resentimiento y el odio podían palparse en el aire.
 
A las afueras del pueblo vivía una persona a quien todos respetaban por su cultura, su riqueza y su piedad.
 
Un día una decena de los hombres más representativos del pueblo se quedaron boquiabiertos al recibir una invitación inesperada: "El señor Reb Isaac agradecería la presencia del señor (nombre de cada uno) en su mansión a las seis de la tarde del próximo martes, donde habrá una cena digna del paraíso".
 
La expectación crecía según se iba acercando el martes, y no sólo entre los invitados sino entre todos los demás habitantes, que no podían disimular su envidia.
 
¡Ser invitado a la casa del señor Isaac! ¡Y para una cena digna del paraíso!
 
Cuando el reloj de la torre daba las seis, todos estaban ya a la puerta de la mansión con sus mejores atuendos. Sus ojos se detenían codiciosamente en cuanto veían: cuadros, muebles, el servicio, los detalles, y por fin reposaron en la mesa ya preparada. La porcelana, la vajilla de plata, los vasos y copas de cristal labrado.
 
Reb Isaac entró y les invitó a sentarse. Uno de los criados puso delante de él un pan sobre el que echó la bendición judía. Al señor Reb le sirvieron un tazón humeante lleno de sopa... pero no trajeron nada a los invitados.
 
El señor Reb comenzó a tomar la sopa saboreándola con evidente fruición.
 
- No recuerdo haber tomado nunca una sopa tan sabrosa.
 
Los invitados estaban perplejos. ¿Por qué nadie les servía a ellos? Su perplejidad se convirtió en enojo cuando un plato de jugoso cocido fue servido solamente al amo de la casa, que no podía ocultar su placer y continuaba ponderando el sabor de la comida. La irritación se hizo palpable. Finalmente, uno de los huéspedes no pudo contenerse más y le espetó.
 
- Perdóneme usted, señor Reb, pero no puedo comprender lo que pasa aquí. ¿Nos ha invitado para reírse de nosotros? Recibimos una invitación a una cena digna del paraíso, pero aquí usted es el único que la disfruta.
 
Reb Isaac hizo su plato a un lado y, sonriendo, comenzó a explicarles:
 
- ¿Creéis que el paraíso es algún famoso restaurante donde uno va a comer y beber humillando a sus vecinos? No, el paraíso es un lugar donde cada uno se complace en la felicidad de los demás. Paraíso es el lugar donde todos comprenden que lo que realmente tiene valor en la vida es tan abundante que hay suficiente para todos, y no hay ninguna necesidad de pelearse para arrebatarlo a los demás.
 
Cuando a la gente buena le pasan cosas malas, Harold S. Kushner