Un hombre muy devoto iba a misa todos los días y cumplía con todas las normas de la Iglesia. En una ocasión se produjo un diluvio y las calles y las casas de su ciudad se anegaron. El hombre subió a la azotea de su hogar, pero el nivel del agua subía más y más. Allí arriba, de rodillas, le pidió ayuda a Dios.
Al poco, apareció una barca militar. Un soldado le ofreció subir a bordo.
- No, gracias. Dios me salvará - dijo el beato.
Poco después, el agua cubrió también la azotea y el hombre tuvo que ponerse a nadar. Al cabo de una hora, otro bote pasó por allí. Esta vez le lanzaron un chaleco salvavidas, pero él lo rechazó.
- No, gracias. Dios me salvará - gritó desde el agua.
Al final del día, un helicóptero con un potente foco lo descubrió nadando ya exhausto. Inmediatamente, tiraron una cuerda para rescatarlo.
- No, gracias. Dios me ... glu, glu, glu.
El beato, agotado, se hundió y desapareció en las aguas.
Cuando se despertó, estaba delante de Dios.
- Señor, ¡dijiste que me salvarías pero me dejaste morir! - exclamó quejoso.
- Lo intenté - dijo Dios -, pero rechazaste mi ayuda.
- ¡No fue así! - dijo el beato.
- Mira - explicó Dios -, ¡Te envié una barca, un salvavidas y hasta un helicóptero! ¡Si eso no es ayuda, no sé qué puede serlo!
Ser feliz en Alaska, Rafael Santandreu