sábado, 22 de septiembre de 2018

¡Qué ciegos estamos a veces!

Un hombre muy devoto iba a misa todos los días y cumplía con todas las normas de la Iglesia. En una ocasión se produjo un diluvio y las calles y las casas de su ciudad se anegaron. El hombre subió a la azotea de su hogar, pero el nivel del agua subía más y más. Allí arriba, de rodillas, le pidió ayuda a Dios.

Al poco, apareció una barca militar. Un soldado le ofreció subir a bordo.

- No, gracias. Dios me salvará - dijo el beato.

Poco después, el agua cubrió también la azotea y el hombre tuvo que ponerse a nadar. Al cabo de una hora, otro bote pasó por allí. Esta vez le lanzaron un chaleco salvavidas, pero él lo rechazó.

- No, gracias. Dios me salvará - gritó desde el agua.

Al final del día, un helicóptero con un potente foco lo descubrió nadando ya exhausto. Inmediatamente, tiraron una cuerda para rescatarlo.

- No, gracias. Dios me ... glu, glu, glu.

El beato, agotado, se hundió y desapareció en las aguas.

Cuando se despertó, estaba delante de Dios.

- Señor, ¡dijiste que me salvarías pero me dejaste morir! - exclamó quejoso.

- Lo intenté - dijo Dios -, pero rechazaste mi ayuda.

- ¡No fue así! - dijo el beato.

- Mira - explicó Dios -, ¡Te envié una barca, un salvavidas y hasta un helicóptero! ¡Si eso no es ayuda, no sé qué puede serlo!

Ser feliz en Alaska, Rafael Santandreu


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