viernes, 11 de agosto de 2017

La perseverancia

En un frío día de invierno, un joven cachorro se alejó demasiado de la granja en la que vivía al perseguir las pocas hojas que el invierno aún no se había llevado. Revoloteando y bailando a impulsos del viento, las hojas hipnotizaron al joven cachorro, que continuó alejándose cada vez más y más sin darse cuenta.
 
La nieve lo cubría todo; el viento comenzó a soplar cada vez más fuerte mientras una nueva tormenta se acercaba. El cachorro comenzó a sentir el frío y decidió volver a casa, pero al mirar alrededor sólo vio que un gran manto de nieve lo rodeaba.
 
Comenzó a correr desesperadamente, aunque en la dirección equivocada. El miedo se apoderó de él. Hasta que encontró un camino que siguió con ahínco. La nieve comenzó a caer y la noche acechaba. Finalmente vio unas luces que lo llenaron de esperanza. Llegó a una gasolinera, que en ese momento cerraba. Al acercarse con toda la inocencia y la ilusión a la persona que en ese instante se marchaba, ésta le dio una gran patada.
 
Era su primera patada; nunca antes le habían dado una, nunca antes lo habían rechazado así. El dolor era intenso, pero más aún el miedo, la incomprensión y la soledad que en ese momento sentía.
 
Perdido y aturdido comenzó a pensar en su amada granja, pensó en su familia y en el calor del hogar, comenzó a soñar. Ese sueño y esa visión le hicieron volver a recuperar la esperanza. Aunque dolorido, empezó a recorrer otro camino. La noche ya era cerrada, la nieve caía incesantemente y el frío aumentaba. Exhausto, cuando estaba a punto de darse por vencido, volvió a ver unas luces a lo lejos. Su corazón rebosó nuevamente de esperanza.
 
Sucio, helado, empapado, llegó a una granja, se acercó a ella. Y con toda la ilusión del mundo comenzó a arañar la puerta con la esperanza de recibir el carió y el calor que tanto anhelaba. Un hombre enorme se acercó a la puerta ante sus insistentes ladridos y arañazos. Al verlo, el desconocido le propinó otra patada que lo desplazó por los aires.
 
El pobre cachorro no entendía nada; cojeando y encogido por el intenso dolor, buscó refugio bajo unos arbustos. La desesperación y no entender por qué lo trataban de esa forma, le dolían más que aquellas patadas. Su mundo se vino abajo por completo. Tiritando por el intenso frío y el dolor, sintió que ya nada merecía la pena, pensó que ésa sería su última noche.
 
Inesperadamente, el día amaneció despejado, y el cachorro había sobrevivido a la fría y larga noche a la intemperie. Con todo el dolor, sus miedos y sus dudas, se armó de coraje para acercarse nuevamente a la casa. En vez de ladrar y arañar la puerta, miró por la ventana y vio a unos niños jugando junto al cálido fuego de la chimenea.
 
El cachorro pensó entonces que si pudiese entrar con los niños, seguro que lo aceptarían y podría jugar con ellos, y encontraría calor y comida. Reunió valor una vez más, llegó hasta la puerta y levantó la pata para comenzar a arañar la madera y convertir su sueño en realidad. Pero en ese momento las dudas asaltaron su mente. Se acordó de las dos patadas del día anterior y del enrome dolor que había sufrido, los miedos se le infiltraron por las grietas causadas por la duda, y las expectativas negativas se apoderaron de él. El recuerdo de esas patadas y de esos rechazos fue más grande que su sueño; las traidoras voces del miedo lo paralizaron, convenciéndolo de que no merecía la pena seguir luchando por su sueño.
 
Se dio la vuelta, cabizbajo, con la mirada en el suelo, y volvió a su refugio bajo los arbustos. No dejó de pensar en aquellas patadas, en los problemas. Se olvidó de su sueño hasta que finalmente, aletargado por el frío, el cachorro se quedó dormido y nunca más volvió a despertar.
 
Donde tus sueños te lleven, Javier Iriondo

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